Christchurch….creo que de solo decir eso se me pone la piel
de gallina.
Pero también creo que al fin estoy lista para hablar de
Christchurch. De la ciudad que me vio reír y me vio llorar, que me vio hacerme
más fuerte, enfrentar miedos y me vio colapsar ante las presiones.
Que me vio en mi peor forma, que me vio desesperar, que me vio sufrirla y
encontrar de alguna forma las fuerzas para seguir peleándola. La ciudad donde
se que el día que me vaya, voy a estar dejando un pedazo de mi corazón, de mi
alma. La ciudad que probablemente el día de mañana, me de cuenta que me cambió
la vida.
Me preparo una taza de té, algo para comer y me siento con
la compu arriba de las piernas, en pijama, en nuestro nuevo hogar desde hace un
par de días y pienso en como pasó el tiempo. ¿Cuándo llegamos a Christchurch?
Era junio… probablemente mitad de mes o los últimos días y hoy… hoy estamos en
primavera, terminando septiembre. El tiempo se nos va de las manos demasiado
rápido. Y lo pienso, y creo que esto va a tener que ir en capítulos, porque no
puedo meter 3 meses de la vida en un solo posteo, aunque podría… podría
resumirme solo a ese párrafo de ahí arriba, pero no. Llegó el día en que me
enfrento con Christchurch, esta ciudad que amo y odio, de la que quiero salir
corriendo pero sigo acá, firme, aún no se bien por qué. Con la que trato de amigarme cada mañana, y termino odiando cada noche.
Viajamos desde la isla norte, viniendo felices en nuestro
autito recorriendo paisajes hermosos y disfrutando de la buena vida. Llegamos
acá con un presupuesto para vivir otro mes pero ya con ganas de volver a
laburar y seguir juntando dólares para poder seguir en movimiento por el mundo.
Seguir fluyendo por el mapa y llenándonos de experiencias de vida y de un
millón de esas cosas maravillosas que nos pasan cuando salimos de nuestra
preciosa “zona de comfort”.
Nos instalamos en nuestra nueva casa con nuestros nuevos
compañeros de vida. Éramos Fede, Jess, yo y 3 chicos más, un porteño y dos
cordobeses que habíamos conocido por el camino y con quienes habíamos llegado a
llevarnos bien. La casa muy linda, muy cómoda, bastante bien ubicada. Felices.
Empieza la búsqueda de trabajo. Vamos como a 10 agencias de trabajo, solo en dos nos dejan aplicar y en el resto nos dicen que ya tienen demasiada gente, que no hay trabajo, etcétera, etcétera, etcétera. Pero somos positivos y estamos llenos de expectativas.
Con el tiempo vamos aprendiendo un poco sobre la ciudad, que
fue golpeada por dos terremotos y después de años aún sigue en reconstrucción
(lo que da mucho trabajo para los hombres que se convierten en fervientes
obreros esclavos), que tiene las calles todas rotas y siempre cortadas por lo
que nos vivimos perdiendo, y que, aparentemente, no se lleva muy bien con las
mujeres.
En facebook no deja de comentarse que el laburo para las
mujeres esta complicado, pero hay casos de gente que consigue buenos trabajos y
consejos volando por todas partes.
Me armo el cv con todo el esmero del mundo, una carta de
presentación y empiezo a aplicar a todos los trabajos que encuentro en
internet. La primer semana se va sin nada, en la segunda una agencia nos da
trabajo a Jess y a mi por un solo día, y ahí estamos. Tercera y cuarta semana y
ya no se donde más aplicar. En un solo día llego a aplicar a un máximo de 15 o
20 trabajos, pegada a la computadora y empezando a desesperar. Recorremos bares
tirando curriculums con la negra y ya no se que más hacer. Lo admito, desespero
un poco. Pero estoy con la negra, nos bancamos entre las dos y todavía
sobrevivimos… pero la plata se esta terminando.
Mientras tanto, disfrutamos de los placeres que
nos podemos dar y recorremos los alrededores. Paseamos mucho por el shopping,
compramos algo de ropa cuando todavía teníamos la cuenta llena y creíamos que
podríamos sobrevivir (más tarde me arrepentiría de esta decisión, jaja) y
conocemos a Isaiah, un chico kiwi que se ofrece a ser nuestro guía turístico.
Subimos a las hills que rodean la ciudad de día para apreciar
la vista de la ciudad… y esa es la primera vez que me digo “Christchurch es
hermoso”. La vista es impresionante, y estamos viviendo el sueño. Cada día es
un sueño vuelto realidad y hay que vivirlo al máximo, así que soy feliz en lo
simple, sigo aplicando a laburos, sigo buscando, pero soy feliz.
Por una de esas cosas de la vida, terminamos saltando una cerca ilegalmente para poder meternos en un muelle y apreciar de la vista y sacar un par de buenas fotos, jaja.
A la otra semana vamos a Castle Hills,nos perdemos en el camino y terminamos en el Cave Stream, donde aún estoy esperando regresar para poder cruzarlo. Cave Stream es un río que pasa todo por adentro de una caverna, que se puede cruzar de lado a lado y que suena como todo una experiencia que definitivamente voy a hacer antes de irme de acá!
Hace demasiado frío para siquiera pensar en hacerlo en el
momento, pero disfrutamos de la vista un rato.
Y casi me olvido! En el viaje de ida pasamos por un pueblito llamado Springfield! Y como no podía faltar una referencia a Los Simpsons, aquí las fotos con la rosquilla gigante!
Se nos hace casi de noche cuando llegamos a Castle Hills,
pero no lo suficiente para no disfrutarlo. La vista es imponente, el silencio
es maravilloso. La soledad y el silencio a vaces pueden ser amigos inseparables
que de alguna extraña forma nos abrazan y nos llenan de una extraña emoción que
nos calienta todo el cuerpo.
Días más tarde volvemos a las hills de noche para apreciar
las luces de la ciudad… esos cielos estrellados que realmente no son cielos.
Los pequeños cielos humanos de colores. Por más que odie las ciudades un poco,
no se puede negar que la vista le quita el aliento a cualquiera. Hace frío, el
viento es helado, pero me quedo ahí mirando tanto como puedo, el lugar me tiene
hipnotizada.
Se nos va un mes de la vida, la negra se vuelve a Argentina en una semana y todavía no hay laburo, la plata se esta terminando y estoy estancada. No tengo plata para irme, no tengo plata para quedarme. ¿Y si uso el boleto que tengo y me voy a casa? En una semana pierdo el pasaje de vuelta porque no tengo más plata para cambiarlo. Y si voy a casa, ¿qué tanto me voy a arrepentir? Y si me quedo, ¿cómo sobrevivo? ¿Y si no consigo laburo? ¿Y si me quedo sin un mango en un país del otro lado del mundo sin forma de volver a casa? Ya fue, yo me tomo el avión y me vuelvo. No, ni loca, me vine a vivir un sueño y de acá no me voy. Bueno, pero ya fue, no hay más nada que hacer, lo probé todo, me vuelvo… no, yo me quedo. ¿O no?