lunes, 17 de noviembre de 2014

Miedos y sueños. Sueños y miedos.

La mayoría de los chicos les tiene miedo a cosas como el cuco, el hombre de la bolsa, la oscuridad o las arañas. Quizá a los monstruos que viven debajo de la cama, a que su mamá los rete o a algún otro bicho o cosa rara. Yo siempre supe que era distinta: yo de chica le tenía miedo a la vida.


Desde que tengo uso de razón que hay un miedo que me carcome por dentro, que me tuvo horas y horas sin dormir, horas y horas pensando sin llegar nunca a una conclusión: el miedo a no saber qué hacer con mi vida. Supongo que es un miedo que todos experimentamos en algún punto de nuestra existencia, pero en mi caso, me vino persiguiendo desde muy chica. Si la vida no tiene un sentido, si no hay un punto hacia el cual nos dirigimos, ¿entonces para qué vivimos? Plantearte esto con solo 12 años de edad, es un asunto heavy.

El tiempo fue pasando y de a poco me acostumbré a vivir con esa pregunta rondando mi cabeza, pero siempre estaba ahí en el fondo de mi cabeza sin dejarme dormir del todo bien. El gran tema eran los sueños: Siempre creí que vivimos gracias a nuestros sueños, ellos son los que nos mantienen vivos, los que nos marcan un rumbo, un destino, un objetivo. La vida es una sucesión de sueños, grandes y pequeños. Siempre habrá un GRAN sueño: Unir Usuahía-Alaska por tierra, recorrer el mundo, ganarse la lotería, casarse, tener un hijo, recibirse, abrir un bar, tener una página de internet exitosa, ser famoso, filmar una película, trascender. El gran sueño puede ser cualquier cosa, y viene a ser ese ‘fin último’ de nuestra vida, a lo que avocamos todo. Y después están los pequeños sueños, que son aquellos que de a poco nos van llevando hacia el sueño mayor, o no. Son los que alegran nuestros días cuando al fin alcanzamos esa pequeña meta. Pueden ser un escalón en nuestro camino, o simplemente esos pequeños sueños del día a día que poco a poco vamos concretando: salir de viaje por América, comprometerse, empezar una nueva carrera, conocer un determinado lugar, filmar un corto, bucear con delfines, ir al concierto de nuestra banda favorita, comenzar nuestro propio micro-emprendimiento.



Cuando era chica no tenía ninguno de esos. Era una chica sin sueños. Me preocupaba no ser normal, no tener aspiraciones. ‘¿Qué queres ser cuando seas grande?’ siempre te preguntan, y yo de gordita que era respondía ‘quiero tener una fábrica de galletitas, para poder comer muchas galletitas’. De sueños, cero.
De a poco con los años la frustración fue creciendo, y empecé a salir a buscar esos sueños, a pensarlos un rato. ¿Qué quiero hacer con mi vida?  Y ahí fue cuando conocí una palabra: Wanderlust. Quiero viajar, quiero conocer el mundo, quiero ver más, quiero ver todo lo que pueda. Quiero tener alas para poder verlo todo.
Ese primer sueño de a poco dio paso a un gran salto, a una gran aventura. A animarme. Un día me miré al espejo y me dije a mí misma ‘si al fin tengo algo que realmente quiero, algo que me mueve hacia adelante, ¿por qué no perseguirlo? Y allí me fui, arriba de un avión hacia el otro lado del mundo, persiguiendo sueños, persiguiendo ideas.

Hoy creo que soy una persona diferente, dejé de ser la niña sin sueños, y pasé a ser una niña con alas. Poco a poco fui encontrando nuevas cosas que me motivaban, que me mantenían con ganas de ir para adelante, con un rumbo marcado, pero no fijo. Un rumbo que se va adecuando a las piedras y oportunidades que se cruzan en el camino. Hoy tengo sueños, grandes y pequeños. De hecho, hoy tengo tantos sueños que sigo sin saber que es lo que quiero de mi vida, porque hay demasiadas opciones allá afuera, pero ya no tengo miedo. Dejé de temerle a esta vida, aprendí a amarla, respetarla y a llenarme de ella. Aprendí a escuchar a la naturaleza (las ramas que crujen bajo nuestros pies, los pájaros cantando, el río corriendo), aprendí a sentir el mundo de una forma distinta (el viento que nos golpea en la cara, el musgo en las plantas de los pies al caminar en el bosque, esa energía que mana de la naturaleza), aprendí a apreciar las cosas más pequeñas.

Hoy sueño en pequeño: Sueño con volver a casa, sueño con llenarme de abrazos, de besos y caricias. Sueño con él, esa persona que desconozco pero se que en algún rincón del mundo me espera. Sueño con viajar, con conocer mi país de punta a punta. Sueño con terminar mi carrera, con convertirme en bióloga. Sueño con investigar. Sueño con hacer un curso de buceo y conocer el mundo desde otro punto de vista. Sueño con micro-emprendimientos, sueño con cursos y talleres, sueño con seguir estudiando un millón de cosas de esas que quiero aprender. 
Y sueño en grande: Sueño con recorrer el mundo entero, sueño con unir Alaska con mi casa, sueño con recorrer Europa de punta a punta, sueño con explorar la Antártida. Sueño con hacer un viaje largo en barco aunque me mareen. Sueño con vivir en medio de la selva por un tiempo. Sueño con tener mi casa frente a un río en medio de la montaña. Sueño con criar a mis hijos en un mundo mejor.


Sueño, en grande y en pequeño, pero siempre sueño. Tengo las alas desplegadas y dejo que el viento las despeine un poco. Las ráfagas nos llevan de un lado a otro y nos ayudan con esas decisiones que nosotros mismos no podemos tomar. A veces, cuando no estamos seguros de que hacer, es más fácil dejarnos llevar un poco, dejar que la vida y el destino elijan por nosotros. Es cuestión de animarse a desplegar las alas. 
Me gusta pensar que todo pasa por algo, y que el camino siempre nos está llevando hacia donde tenemos que estar. Lo importante es no colgarnos de las nubes y vivir siempre en el presente, disfrutando al máximo de todo lo que nos rodea y de todo lo que tenemos. No olvidarnos de ver los detalles, que a veces, son lo más hermoso.  No olvidarnos de sonreír, porque con una sonrisa, abrimos las puertas del mundo. No olvidarnos de soñar, de perseguir los sueños... porque esos sueños, pueden volverse nuestra realidad.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Christchurch: La revancha perdida

Dejé esta historia perdida allá atrás en el tiempo... en un punto donde estaba planteándome si volver a casa o quedarme acá a la buena de Dios... como todo el que me conoce sabe, si, me quedé. Casi sin un mango, todavía sin laburo, perdiendo el boleto de vuelta y única oportunidad de volver a casa. Pero estaba decidida, vine acá para algo, y no me voy hasta lograrlo.

Así que junté ganas, fuerzas, ánimos, de todo... y empecé una nueva etapa. Empecé a trabajar en Insight Marketing como un agente de ventas independiente. ¿Qué quiere decir esto? Que solo ganas plata si sos bueno, que cobrás acorde a lo que vendes, que no hay un sueldo fijo... pero fue el trabajo que conseguí, después de 3 etapas de entrevistas estaba adentro, y a jugar se ha dicho!


Hoy en día mirando en retrospectiva creo que fueron días grises, pero toda experiencia nos fortalece y nos hace crecer.
Trabajé durante 6 semanas para la fundación Make a Wish, que se encarga de cumplir sueños a chicos con enfermedades de tratamiento de por vida. Están por todo el mundo, pero lo que nosotros recaudábamos iba destinado a chicos en Nueva Zelanda exclusivamente.


Un día de trabajo con Make a Wish

Me levantaba temprano a la mañana, y a las 8 arrancaba el día en la oficina, donde practicábamos los discursos con nuestros compañeros y nos asignaban un lugar donde trabajar (supermercados, shoppings, warehouse, etc) y un compañero. A las 10 más o menos estábamos instalados en el lugar con nuestro puestito y empezaba la odisea para parar a toda persona que pasara caminando y tratar de convencerlos de comprar un llaverito o un pin para ayudar a los chicos. Terminado el día volvíamos a la oficina a cerrar números, contar plata y demás, por lo que terminaba trabajando casi unas 10 horas al día.

La verdad es que podría hablar mucho al respecto, los pro y los contras, lo que me gustó de esta asociación y los negocios turbios que me pareció ver por detrás, pero creo que no hace al viaje. Prefiero quedarme con el buen recuerdo, con los buenos compañeros de laburo y los no tanto. Con todo lo que aprendí, que en definitiva fueron las herramientas que me abrieron las puertas cuando decidí renunciar para poder conseguir trabajo nuevamente, para ser más desinhibida, para salir a patear por el mundo sin importar el rechazo, sin importar lo que me dijeran, salir a golpear puertas hasta que alguien me diera trabajo.

Fueron 6 semanas muy largas de laburo, donde sufrí más de lo que disfruté, pero estoy convencida de que fue una experiencia de la que me llevo mucho. Hablar 8 horas por día con clientes en inglés me ayudó muchísimo también a mejorar con el idioma y tener más confianza en el mismo.
Pero no, creo que no recomiendo a nadie tomar un trabajo de este estilo cuando hay un abanico de posibilidades ahí afuera esperándonos. Fueron 6 semanas donde la plata no alcanzaba para vivir, donde mi hermano me pagaba el alquiler cada semana y yo trataba a la siguiente de pagar como podía mis deudas, donde cada día alguien me decía que renunciara, pero yo creía que podía hacerlo mejor, y lo hice. Pero en cuanto empecé a mejorar, empecé también a perder la fe en lo que hacía.


Llegó el día en que me convencí de que todo lo que nos decían era una mentira, que era mejor para los chicos que la gente haga una donación online a que nos compraran a nosotros un producto que terminaba siendo plata de comisiones para toda la cadena de gente involucrada en la agencia. Entonces un día les dije que no volvía más. Y me quedé desempleada. Otra vez.