La mayoría de los chicos les tiene miedo a cosas como el
cuco, el hombre de la bolsa, la oscuridad o las arañas. Quizá a los monstruos
que viven debajo de la cama, a que su mamá los rete o a algún otro bicho o cosa
rara. Yo siempre supe que era distinta: yo de chica le tenía miedo a la vida.
Desde que tengo uso de razón que hay un miedo que me carcome
por dentro, que me tuvo horas y horas sin dormir, horas y horas pensando sin
llegar nunca a una conclusión: el miedo a no saber qué hacer con mi vida.
Supongo que es un miedo que todos experimentamos en algún punto de nuestra
existencia, pero en mi caso, me vino persiguiendo desde muy chica. Si la vida
no tiene un sentido, si no hay un punto hacia el cual nos dirigimos, ¿entonces
para qué vivimos? Plantearte esto con solo 12 años de edad, es un asunto heavy.
El tiempo fue pasando y de a poco me acostumbré a vivir con
esa pregunta rondando mi cabeza, pero siempre estaba ahí en el fondo de mi
cabeza sin dejarme dormir del todo bien. El gran tema eran los sueños: Siempre
creí que vivimos gracias a nuestros sueños, ellos son los que nos mantienen
vivos, los que nos marcan un rumbo, un destino, un objetivo. La vida es una
sucesión de sueños, grandes y pequeños. Siempre habrá un GRAN sueño: Unir
Usuahía-Alaska por tierra, recorrer el mundo, ganarse la lotería, casarse,
tener un hijo, recibirse, abrir un bar, tener una página de internet exitosa,
ser famoso, filmar una película, trascender. El gran sueño puede ser cualquier
cosa, y viene a ser ese ‘fin último’ de nuestra vida, a lo que avocamos todo. Y
después están los pequeños sueños, que son aquellos que de a poco nos van
llevando hacia el sueño mayor, o no. Son los que alegran nuestros días cuando
al fin alcanzamos esa pequeña meta. Pueden ser un escalón en nuestro camino, o simplemente
esos pequeños sueños del día a día que poco a poco vamos concretando: salir de
viaje por América, comprometerse, empezar una nueva carrera, conocer un
determinado lugar, filmar un corto, bucear con delfines, ir al concierto de
nuestra banda favorita, comenzar nuestro propio micro-emprendimiento.
Cuando era chica no tenía ninguno de esos. Era una chica sin
sueños. Me preocupaba no ser normal, no tener aspiraciones. ‘¿Qué queres ser
cuando seas grande?’ siempre te preguntan, y yo de gordita que era respondía ‘quiero
tener una fábrica de galletitas, para poder comer muchas galletitas’. De
sueños, cero.
De a poco con los años la frustración fue creciendo, y
empecé a salir a buscar esos sueños, a pensarlos un rato. ¿Qué quiero hacer con
mi vida? Y ahí fue cuando conocí una
palabra: Wanderlust. Quiero viajar, quiero conocer el mundo, quiero ver más, quiero
ver todo lo que pueda. Quiero tener alas para poder verlo todo.
Ese primer sueño de a poco dio paso a un gran salto, a una
gran aventura. A animarme. Un día me miré al espejo y me dije a mí misma ‘si al
fin tengo algo que realmente quiero, algo que me mueve hacia adelante, ¿por qué
no perseguirlo? Y allí me fui, arriba de un avión hacia el otro lado del mundo,
persiguiendo sueños, persiguiendo ideas.
Hoy creo que soy una persona diferente, dejé de ser la niña
sin sueños, y pasé a ser una niña con alas. Poco a poco fui encontrando nuevas
cosas que me motivaban, que me mantenían con ganas de ir para adelante, con un
rumbo marcado, pero no fijo. Un rumbo que se va adecuando a las piedras y
oportunidades que se cruzan en el camino. Hoy tengo sueños, grandes y pequeños.
De hecho, hoy tengo tantos sueños que sigo sin saber que es lo que quiero de mi
vida, porque hay demasiadas opciones allá afuera, pero ya no tengo miedo. Dejé
de temerle a esta vida, aprendí a amarla, respetarla y a llenarme de ella.
Aprendí a escuchar a la naturaleza (las ramas que crujen bajo nuestros pies,
los pájaros cantando, el río corriendo), aprendí a sentir el mundo de una forma
distinta (el viento que nos golpea en la cara, el musgo en las plantas de los
pies al caminar en el bosque, esa energía que mana de la naturaleza), aprendí a
apreciar las cosas más pequeñas.
Hoy sueño en pequeño: Sueño con volver a casa, sueño con
llenarme de abrazos, de besos y caricias. Sueño con él, esa persona que
desconozco pero se que en algún rincón del mundo me espera. Sueño con viajar,
con conocer mi país de punta a punta. Sueño con terminar mi carrera, con
convertirme en bióloga. Sueño con investigar. Sueño con hacer un curso de buceo
y conocer el mundo desde otro punto de vista. Sueño con micro-emprendimientos,
sueño con cursos y talleres, sueño con seguir estudiando un millón de cosas de
esas que quiero aprender.
Y sueño en grande: Sueño con recorrer el mundo entero,
sueño con unir Alaska con mi casa, sueño con recorrer Europa de punta a punta,
sueño con explorar la Antártida. Sueño con hacer un viaje largo en barco aunque
me mareen. Sueño con vivir en medio de la selva por un tiempo. Sueño con tener
mi casa frente a un río en medio de la montaña. Sueño con criar a mis hijos en
un mundo mejor.
Sueño, en grande y en pequeño, pero siempre sueño. Tengo las
alas desplegadas y dejo que el viento las despeine un poco. Las ráfagas nos
llevan de un lado a otro y nos ayudan con esas decisiones que nosotros mismos
no podemos tomar. A veces, cuando no estamos seguros de que hacer, es más fácil
dejarnos llevar un poco, dejar que la vida y el destino elijan por nosotros. Es
cuestión de animarse a desplegar las alas.
Me gusta pensar que todo pasa por
algo, y que el camino siempre nos está llevando hacia donde tenemos que estar. Lo
importante es no colgarnos de las nubes y vivir siempre en el presente,
disfrutando al máximo de todo lo que nos rodea y de todo lo que tenemos. No
olvidarnos de ver los detalles, que a veces, son lo más hermoso. No olvidarnos de sonreír, porque con una
sonrisa, abrimos las puertas del mundo. No olvidarnos de soñar, de perseguir los sueños... porque esos sueños, pueden volverse nuestra realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario