La mañana del 18 de junio partimos hacia Wellington. El
viaje se hace medio largo, pero recorremos unos paisajes extraordinarios. Desde
una estepa llena de amarillos y rojos, a árboles amarillos anaranjados hasta
colinas y praderas de un verde espectacular. El clima es una locura: sol,
lluvia, sol, llovizna, nubes, sol radiante y un cielo celeste, lluvia de nuevo.
Finalmente llegamos por la autopista a la gran ciudad y por
un segundo me siento en Mar del Plata. El mar a un lado y millares de edificios
del otro. Ni bien bajar de la autopista nos perdimos en una red de calles
curvas, avenidas, calles sin salida y autopistas por todas partes. Llegar al
hostel fue toda una hazaña, pero lo logramos.
Pasamos la tarde en el museo Te Papa donde disfrutamos de 2
horas recorriendo las exposiciones, perdiéndonos en el lugar y entre nosotros.
Luego de un intento frustrado de conocer los botanic gardens
de noche (era una boca de lobo), volvimos al hostel. Cenamos fideos con manteca
de parados, en cinco minutos y hora de dormir. Lo bueno, dormí como un bebé.
A las 7.30 de la mañana siguiente partimos para el ferry
donde nos esperaba una cola gigante de autos esperando a entrar, momento en que
nos cruzamos con Tomi y el Persa, dos de los chicos del Monte.
Tremenda emoción al entrar con el auto al ferry, como niños
de nuevo! El ferry es un paraíso, como uno de esos hoteles lujosos con los que
uno solo sueña con conocer en la vida real. Con la negra nos dedicamos a pasear
por todas partes, pasamos un buen rato arriba mirando el paisaje, paseando por
todos los pisos y buscando rincones nuevos. Todo el primer rato lo paso arriba
en cubierta, y ni bien bajo la primera vez con el ferry en movimiento me doy
cuenta que el mar no es lo mío, se me mueve todo y me siento horriblemente
mareada, así que termino pasando el 90% del viaje caminando por cubierta con el
viento helado revolviéndome el pelo.
A las 12 llegamos a Picton, una ciudad chiquita pero
hermosa. Compramos fish and chips y nos vamos a comer a un banquito frente al
mar bajo la sombra de una palmera. Sacamos un par de fotos, caminamos por el
muelle, y es hora de seguir camino.
La ruta a Nelson es un camino sinuoso de montaña donde el
sol nos da de frente todo el día, Fede maneja demasiado rápido, el Sol no nos
deja ver nada, a nuestra derecha un precipicio y a la izquierda la montaña. No,
no fue un viaje placentero. Fueron unas dos o tres horas de curvas y
contracurvas furiosas que me dejaron con unas nauseas horribles y una sensación
de pánico constante. Todavía no se como seguimos vivos después de eso, pero
llegamos… Nelson es hermoso.
Recorremos un poquito la ciudad antes de que se haga de
noche y tengamos que volver al hostel. La ciudad es hermosa, el hostel es
hermoso.
La arena es dorada, pero
dorada de verdad, el agua es transparente y al mismo tiempo de un color
turquesa que deja a cualquier con la boca abierta. No hay palabras para
describir semejante lugar, ni fotos para hacerle justicia.
Desde ahí emprendemos una caminata por el medio del bosque
que se convierte en un camino interminable. El paisaje es monótono, solo vemos
el mar de a ratos y empezamos a ponernos los tres un poquito de mal humor. Hace
frío, se nos esta haciendo tarde y tememos terminar el recorrido de noche. Nos salva un poco la aparición de una
frnacesa en el camino que nos cuenta unas historias impresionantes sobre
familias enteras de delfines nadando en el horizonte, kiwis de verdad vistos en
la naturaleza en medio de un campo de golf, y un millar de cosas más que nos
hace ver que esa chica tiene una suerte particular para los eventos de la
naturaleza. Además, nos da unos cuantos tips que nos terminan siendo muy útiles
para el viaje!
Como era esperado terminamos el camino casi de noche, y
volvemos super cansados al hostel. Pero la experiencia valió la pena.
Estamos a solo un día de distancia de Christchurch, chau
vacaciones!
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