lunes, 17 de noviembre de 2014

Miedos y sueños. Sueños y miedos.

La mayoría de los chicos les tiene miedo a cosas como el cuco, el hombre de la bolsa, la oscuridad o las arañas. Quizá a los monstruos que viven debajo de la cama, a que su mamá los rete o a algún otro bicho o cosa rara. Yo siempre supe que era distinta: yo de chica le tenía miedo a la vida.


Desde que tengo uso de razón que hay un miedo que me carcome por dentro, que me tuvo horas y horas sin dormir, horas y horas pensando sin llegar nunca a una conclusión: el miedo a no saber qué hacer con mi vida. Supongo que es un miedo que todos experimentamos en algún punto de nuestra existencia, pero en mi caso, me vino persiguiendo desde muy chica. Si la vida no tiene un sentido, si no hay un punto hacia el cual nos dirigimos, ¿entonces para qué vivimos? Plantearte esto con solo 12 años de edad, es un asunto heavy.

El tiempo fue pasando y de a poco me acostumbré a vivir con esa pregunta rondando mi cabeza, pero siempre estaba ahí en el fondo de mi cabeza sin dejarme dormir del todo bien. El gran tema eran los sueños: Siempre creí que vivimos gracias a nuestros sueños, ellos son los que nos mantienen vivos, los que nos marcan un rumbo, un destino, un objetivo. La vida es una sucesión de sueños, grandes y pequeños. Siempre habrá un GRAN sueño: Unir Usuahía-Alaska por tierra, recorrer el mundo, ganarse la lotería, casarse, tener un hijo, recibirse, abrir un bar, tener una página de internet exitosa, ser famoso, filmar una película, trascender. El gran sueño puede ser cualquier cosa, y viene a ser ese ‘fin último’ de nuestra vida, a lo que avocamos todo. Y después están los pequeños sueños, que son aquellos que de a poco nos van llevando hacia el sueño mayor, o no. Son los que alegran nuestros días cuando al fin alcanzamos esa pequeña meta. Pueden ser un escalón en nuestro camino, o simplemente esos pequeños sueños del día a día que poco a poco vamos concretando: salir de viaje por América, comprometerse, empezar una nueva carrera, conocer un determinado lugar, filmar un corto, bucear con delfines, ir al concierto de nuestra banda favorita, comenzar nuestro propio micro-emprendimiento.



Cuando era chica no tenía ninguno de esos. Era una chica sin sueños. Me preocupaba no ser normal, no tener aspiraciones. ‘¿Qué queres ser cuando seas grande?’ siempre te preguntan, y yo de gordita que era respondía ‘quiero tener una fábrica de galletitas, para poder comer muchas galletitas’. De sueños, cero.
De a poco con los años la frustración fue creciendo, y empecé a salir a buscar esos sueños, a pensarlos un rato. ¿Qué quiero hacer con mi vida?  Y ahí fue cuando conocí una palabra: Wanderlust. Quiero viajar, quiero conocer el mundo, quiero ver más, quiero ver todo lo que pueda. Quiero tener alas para poder verlo todo.
Ese primer sueño de a poco dio paso a un gran salto, a una gran aventura. A animarme. Un día me miré al espejo y me dije a mí misma ‘si al fin tengo algo que realmente quiero, algo que me mueve hacia adelante, ¿por qué no perseguirlo? Y allí me fui, arriba de un avión hacia el otro lado del mundo, persiguiendo sueños, persiguiendo ideas.

Hoy creo que soy una persona diferente, dejé de ser la niña sin sueños, y pasé a ser una niña con alas. Poco a poco fui encontrando nuevas cosas que me motivaban, que me mantenían con ganas de ir para adelante, con un rumbo marcado, pero no fijo. Un rumbo que se va adecuando a las piedras y oportunidades que se cruzan en el camino. Hoy tengo sueños, grandes y pequeños. De hecho, hoy tengo tantos sueños que sigo sin saber que es lo que quiero de mi vida, porque hay demasiadas opciones allá afuera, pero ya no tengo miedo. Dejé de temerle a esta vida, aprendí a amarla, respetarla y a llenarme de ella. Aprendí a escuchar a la naturaleza (las ramas que crujen bajo nuestros pies, los pájaros cantando, el río corriendo), aprendí a sentir el mundo de una forma distinta (el viento que nos golpea en la cara, el musgo en las plantas de los pies al caminar en el bosque, esa energía que mana de la naturaleza), aprendí a apreciar las cosas más pequeñas.

Hoy sueño en pequeño: Sueño con volver a casa, sueño con llenarme de abrazos, de besos y caricias. Sueño con él, esa persona que desconozco pero se que en algún rincón del mundo me espera. Sueño con viajar, con conocer mi país de punta a punta. Sueño con terminar mi carrera, con convertirme en bióloga. Sueño con investigar. Sueño con hacer un curso de buceo y conocer el mundo desde otro punto de vista. Sueño con micro-emprendimientos, sueño con cursos y talleres, sueño con seguir estudiando un millón de cosas de esas que quiero aprender. 
Y sueño en grande: Sueño con recorrer el mundo entero, sueño con unir Alaska con mi casa, sueño con recorrer Europa de punta a punta, sueño con explorar la Antártida. Sueño con hacer un viaje largo en barco aunque me mareen. Sueño con vivir en medio de la selva por un tiempo. Sueño con tener mi casa frente a un río en medio de la montaña. Sueño con criar a mis hijos en un mundo mejor.


Sueño, en grande y en pequeño, pero siempre sueño. Tengo las alas desplegadas y dejo que el viento las despeine un poco. Las ráfagas nos llevan de un lado a otro y nos ayudan con esas decisiones que nosotros mismos no podemos tomar. A veces, cuando no estamos seguros de que hacer, es más fácil dejarnos llevar un poco, dejar que la vida y el destino elijan por nosotros. Es cuestión de animarse a desplegar las alas. 
Me gusta pensar que todo pasa por algo, y que el camino siempre nos está llevando hacia donde tenemos que estar. Lo importante es no colgarnos de las nubes y vivir siempre en el presente, disfrutando al máximo de todo lo que nos rodea y de todo lo que tenemos. No olvidarnos de ver los detalles, que a veces, son lo más hermoso.  No olvidarnos de sonreír, porque con una sonrisa, abrimos las puertas del mundo. No olvidarnos de soñar, de perseguir los sueños... porque esos sueños, pueden volverse nuestra realidad.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Christchurch: La revancha perdida

Dejé esta historia perdida allá atrás en el tiempo... en un punto donde estaba planteándome si volver a casa o quedarme acá a la buena de Dios... como todo el que me conoce sabe, si, me quedé. Casi sin un mango, todavía sin laburo, perdiendo el boleto de vuelta y única oportunidad de volver a casa. Pero estaba decidida, vine acá para algo, y no me voy hasta lograrlo.

Así que junté ganas, fuerzas, ánimos, de todo... y empecé una nueva etapa. Empecé a trabajar en Insight Marketing como un agente de ventas independiente. ¿Qué quiere decir esto? Que solo ganas plata si sos bueno, que cobrás acorde a lo que vendes, que no hay un sueldo fijo... pero fue el trabajo que conseguí, después de 3 etapas de entrevistas estaba adentro, y a jugar se ha dicho!


Hoy en día mirando en retrospectiva creo que fueron días grises, pero toda experiencia nos fortalece y nos hace crecer.
Trabajé durante 6 semanas para la fundación Make a Wish, que se encarga de cumplir sueños a chicos con enfermedades de tratamiento de por vida. Están por todo el mundo, pero lo que nosotros recaudábamos iba destinado a chicos en Nueva Zelanda exclusivamente.


Un día de trabajo con Make a Wish

Me levantaba temprano a la mañana, y a las 8 arrancaba el día en la oficina, donde practicábamos los discursos con nuestros compañeros y nos asignaban un lugar donde trabajar (supermercados, shoppings, warehouse, etc) y un compañero. A las 10 más o menos estábamos instalados en el lugar con nuestro puestito y empezaba la odisea para parar a toda persona que pasara caminando y tratar de convencerlos de comprar un llaverito o un pin para ayudar a los chicos. Terminado el día volvíamos a la oficina a cerrar números, contar plata y demás, por lo que terminaba trabajando casi unas 10 horas al día.

La verdad es que podría hablar mucho al respecto, los pro y los contras, lo que me gustó de esta asociación y los negocios turbios que me pareció ver por detrás, pero creo que no hace al viaje. Prefiero quedarme con el buen recuerdo, con los buenos compañeros de laburo y los no tanto. Con todo lo que aprendí, que en definitiva fueron las herramientas que me abrieron las puertas cuando decidí renunciar para poder conseguir trabajo nuevamente, para ser más desinhibida, para salir a patear por el mundo sin importar el rechazo, sin importar lo que me dijeran, salir a golpear puertas hasta que alguien me diera trabajo.

Fueron 6 semanas muy largas de laburo, donde sufrí más de lo que disfruté, pero estoy convencida de que fue una experiencia de la que me llevo mucho. Hablar 8 horas por día con clientes en inglés me ayudó muchísimo también a mejorar con el idioma y tener más confianza en el mismo.
Pero no, creo que no recomiendo a nadie tomar un trabajo de este estilo cuando hay un abanico de posibilidades ahí afuera esperándonos. Fueron 6 semanas donde la plata no alcanzaba para vivir, donde mi hermano me pagaba el alquiler cada semana y yo trataba a la siguiente de pagar como podía mis deudas, donde cada día alguien me decía que renunciara, pero yo creía que podía hacerlo mejor, y lo hice. Pero en cuanto empecé a mejorar, empecé también a perder la fe en lo que hacía.


Llegó el día en que me convencí de que todo lo que nos decían era una mentira, que era mejor para los chicos que la gente haga una donación online a que nos compraran a nosotros un producto que terminaba siendo plata de comisiones para toda la cadena de gente involucrada en la agencia. Entonces un día les dije que no volvía más. Y me quedé desempleada. Otra vez.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Paréntesis. Viajar para estar vivos.



Viviendo en una montaña rusa. Así me siento. Con la certeza de que se lo que quiero escondida allá muy profundo donde ni yo misma puedo llegar a verla. Hoy leí que la clave de la vida es juntar todas nuestras pasiones, esas cosas que realmente nos mueven, en idear una forma de mezclar todo eso y poder convertirlo en nuestro modo de vida. Interesante, no? Y yo con ese apetito insaciable, esas ganas de seguir adelante, paso a paso. Porque conozco esas pasiones pero me falta un algo para terminar de ponerlas todas juntas. Y por otro lado, ese miedo del "no puedo" que siempre esta presente en nosotros cuando nos enfrentamos a un desafío. Junto con esas ataduras que hacen que tantas cosas sean distintas, y quizá no exactamente lo que queremos que sean. La incertidumbre de no saber donde vamos a estar mañana, esa que se muestra en forma de un cosquilleo raro en la punta de los dedos de los pies. Emociones nuevas. Un montón de emociones nuevas, de cosas chiquitas, bien chiquitas, que nos cambian la vida. Un antes y un después. Creo que esos están de moda, porque vienen cada vez más seguido. Cada día me encuentro con esas cosas, esas frases, esos lo que sea que me cambian la vida.
El cansancio de la nueva rutina, del tener que adecuarse, del seguir adelante todo el tiempo. El no saber que día es, que hora es, en que mes estamos. Siempre fui una adicta al reloj, y cuando llegué acá y al poco tiempo el reloj se me quedó sin pila casi que lo vi como una señal. Vivir sin tiempos que apremien, vivir más libres. Ahora que siento que tengo una fecha límite me siento apretada, oprimida. Desde que me puse a pensar en eso que tengo una sensación rara que no me abandona, que incluso me acompaña en sueños.

Viajar y estar de vacaciones no es lo mismo. Viajar es vivir, es aprender, es crecer, es ser. Viajar no es vivir de placer en placer, es romperse el lomo para seguir en movimiento, para seguir persiguiendo sueños, porque llegar acá fue cumplir el sueño... pero fue solo el primer paso. El sueño se vive y se cumple día a día. Se vive. Si, se vive. Desde que estoy acá que tengo una certeza hermosa que ilumina cualquier tipo de momento que me toque vivir, "estoy viviendo el sueño". Y quizá sea eso lo que haga que el mundo ahora me conozca de una forma distinta, porque en cada lugar al que voy, cada lugar en el que trabajo, siempre, pero siempre, me encuentro con el mismo comentario... el comentario sobre mi sonrisa. Tanto así que una vez escuché a una señora en un hotel donde laburaba referirse a mi como "the girl with the chunky smile". (Y eso que el laburo me parecía una mierda y para mi siempre estaba de mal humor, ja!) Y si, ¿cómo no vivir con la sonrisa pintada cuando se sabe lo duro que se trabajó para llegar acá? ¿Lo duro que es a veces vivir el día a día para seguir en movimiento?. ¿Cómo no tener la sonrisa pintada si estamos viviendo aquello que un momento pareció un imposible?
Estar lejos no es fácil. Nadie dijo que lo sea. Pero todas las riquezas del día a día, las experiencias ganadas, y cada lugar visitado hacen que valga la pena. No, no hace que sea más fácil, pero si le da al menos un cierto sentido. Las ganas de volver siempre están, pero tengo esa certeza de que cuando vuelva, voy a querer estar en movimiento una vez más. Pero... ya veremos.-


Y hoy se me vienen a la cabeza todas esas personas a las cuales en su momento, allá hace mucho tiempo les dije "estoy planeando irme a Nueva Zelanda". Todas esas personas que se rieron, que me creyeron loca, que me sonrieron con esa sonrisita de "pobre chica, mirá lo que pretende", de todos los que me dijeron "y a que te vas? a juntar kiwis?" "¿y con que plata pensas irte?" "¿y de que pensas vivir?". Todas esas personas que lo creyeron imposible... y no siento bronca, ni me enoja, ni me entristece... bueno, quizá un poquito me entristece, me frustra ver que el mundo está tan lleno de gente que perdió las esperanzas, las ganas de soñar. La gente no se da cuenta la fuerza que tiene un sueño, lo que es posible con tan solo desearlo. Y no digo con eso que cuando las queremos las cosas nos caen del cielo. No, todo lo contrario. Hay que pelearla a morir, hay que sufrirla, remarla en dulce de leche y seguir peleándola. Pero los sueños nos dan esa fuerza que se necesita para seguir adelante. Y sino mírenme a mí, acá, escribiendo desde Nueva Zelanda... ¿imposible? Jamás.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Odisea Nueva Zelanda: Christchurch

Christchurch….creo que de solo decir eso se me pone la piel de gallina.
Pero también creo que al fin estoy lista para hablar de Christchurch. De la ciudad que me vio reír y me vio llorar, que me vio hacerme más fuerte, enfrentar miedos y me vio colapsar ante las presiones. Que me vio en mi peor forma, que me vio desesperar, que me vio sufrirla y encontrar de alguna forma las fuerzas para seguir peleándola. La ciudad donde se que el día que me vaya, voy a estar dejando un pedazo de mi corazón, de mi alma. La ciudad que probablemente el día de mañana, me de cuenta que me cambió la vida.

Me preparo una taza de té, algo para comer y me siento con la compu arriba de las piernas, en pijama, en nuestro nuevo hogar desde hace un par de días y pienso en como pasó el tiempo. ¿Cuándo llegamos a Christchurch? Era junio… probablemente mitad de mes o los últimos días y hoy… hoy estamos en primavera, terminando septiembre. El tiempo se nos va de las manos demasiado rápido. Y lo pienso, y creo que esto va a tener que ir en capítulos, porque no puedo meter 3 meses de la vida en un solo posteo, aunque podría… podría resumirme solo a ese párrafo de ahí arriba, pero no. Llegó el día en que me enfrento con Christchurch, esta ciudad que amo y odio, de la que quiero salir corriendo pero sigo acá, firme, aún no se bien por qué. Con la que trato de amigarme cada mañana, y termino odiando cada noche.

Viajamos desde la isla norte, viniendo felices en nuestro autito recorriendo paisajes hermosos y disfrutando de la buena vida. Llegamos acá con un presupuesto para vivir otro mes pero ya con ganas de volver a laburar y seguir juntando dólares para poder seguir en movimiento por el mundo. Seguir fluyendo por el mapa y llenándonos de experiencias de vida y de un millón de esas cosas maravillosas que nos pasan cuando salimos de nuestra preciosa “zona de comfort”.
Nos instalamos en nuestra nueva casa con nuestros nuevos compañeros de vida. Éramos Fede, Jess, yo y 3 chicos más, un porteño y dos cordobeses que habíamos conocido por el camino y con quienes habíamos llegado a llevarnos bien. La casa muy linda, muy cómoda, bastante bien ubicada. Felices.


Empieza la búsqueda de trabajo. Vamos como a 10 agencias de trabajo, solo en dos nos dejan aplicar y en el resto nos dicen que ya tienen demasiada gente, que no hay trabajo, etcétera, etcétera, etcétera. Pero somos positivos y estamos llenos de expectativas.
Con el tiempo vamos aprendiendo un poco sobre la ciudad, que fue golpeada por dos terremotos y después de años aún sigue en reconstrucción (lo que da mucho trabajo para los hombres que se convierten en fervientes obreros esclavos), que tiene las calles todas rotas y siempre cortadas por lo que nos vivimos perdiendo, y que, aparentemente, no se lleva muy bien con las mujeres.
En facebook no deja de comentarse que el laburo para las mujeres esta complicado, pero hay casos de gente que consigue buenos trabajos y consejos volando por todas partes.
Me armo el cv con todo el esmero del mundo, una carta de presentación y empiezo a aplicar a todos los trabajos que encuentro en internet. La primer semana se va sin nada, en la segunda una agencia nos da trabajo a Jess y a mi por un solo día, y ahí estamos. Tercera y cuarta semana y ya no se donde más aplicar. En un solo día llego a aplicar a un máximo de 15 o 20 trabajos, pegada a la computadora y empezando a desesperar. Recorremos bares tirando curriculums con la negra y ya no se que más hacer. Lo admito, desespero un poco. Pero estoy con la negra, nos bancamos entre las dos y todavía sobrevivimos… pero la plata se esta terminando.

Mientras tanto, disfrutamos de los placeres que nos podemos dar y recorremos los alrededores. Paseamos mucho por el shopping, compramos algo de ropa cuando todavía teníamos la cuenta llena y creíamos que podríamos sobrevivir (más tarde me arrepentiría de esta decisión, jaja) y conocemos a Isaiah, un chico kiwi que se ofrece a ser nuestro guía turístico.
Subimos a las hills que rodean la ciudad de día para apreciar la vista de la ciudad… y esa es la primera vez que me digo “Christchurch es hermoso”. La vista es impresionante, y estamos viviendo el sueño. Cada día es un sueño vuelto realidad y hay que vivirlo al máximo, así que soy feliz en lo simple, sigo aplicando a laburos, sigo buscando, pero soy feliz.






Por una de esas cosas de la vida, terminamos saltando una cerca ilegalmente para poder meternos en un muelle y apreciar de la vista y sacar un par de buenas fotos, jaja.



A la otra semana vamos a Castle Hills,nos perdemos en el camino y terminamos en el Cave Stream, donde aún estoy esperando regresar para poder cruzarlo. Cave Stream es un río que pasa todo por adentro de una caverna, que se puede cruzar de lado a lado y que suena como todo una experiencia que definitivamente voy a hacer antes de irme de acá!
Hace demasiado frío para siquiera pensar en hacerlo en el momento, pero disfrutamos de la vista un rato.

Y casi me olvido! En el viaje de ida pasamos por un pueblito llamado Springfield! Y como no podía faltar una referencia a Los Simpsons, aquí las fotos con la rosquilla gigante!


Se nos hace casi de noche cuando llegamos a Castle Hills, pero no lo suficiente para no disfrutarlo. La vista es imponente, el silencio es maravilloso. La soledad y el silencio a vaces pueden ser amigos inseparables que de alguna extraña forma nos abrazan y nos llenan de una extraña emoción que nos calienta todo el cuerpo.

Días más tarde volvemos a las hills de noche para apreciar las luces de la ciudad… esos cielos estrellados que realmente no son cielos. Los pequeños cielos humanos de colores. Por más que odie las ciudades un poco, no se puede negar que la vista le quita el aliento a cualquiera. Hace frío, el viento es helado, pero me quedo ahí mirando tanto como puedo, el lugar me tiene hipnotizada.


Se nos va un mes de la vida, la negra se vuelve a Argentina en una semana y todavía no hay laburo, la plata se esta terminando y estoy estancada. No tengo plata para irme, no tengo plata para quedarme. ¿Y si uso el boleto que tengo y me voy a casa? En una semana pierdo el pasaje de vuelta porque no tengo más plata para cambiarlo. Y si voy a casa, ¿qué tanto me voy a arrepentir? Y si me quedo, ¿cómo sobrevivo? ¿Y si no consigo laburo? ¿Y si me quedo sin un mango en un país del otro lado del mundo sin forma de volver a casa? Ya fue, yo me tomo el avión y me vuelvo. No, ni loca, me vine a vivir un sueño y de acá no me voy. Bueno, pero ya fue, no hay más nada que hacer, lo probé todo, me vuelvo… no, yo me quedo. ¿O no?


domingo, 17 de agosto de 2014

Destino Sur: Y llegamos a Christchurch!

Último día de viaje. Salimos de Nelson temprano y recorremos un buen tramo de ruta antes de llegar a nuestro destino final. De camino paramos a almorzar en Kaikoura, en un fish and chips demasiado caro, cuya comida era demasiado aceitosa, y que no recomiendo... pero no estuvo tan mal. Después de un pequeño vistazo a la ciudad seguimos camino.

El último tramo para llegar a Christchurch es maravilloso. La ruta bordea la costa, a mi derecha la tengo a Jess al volante y a mi izquierda el mar, imponente, impresionante. Vemos playas de arena casi negra y agua turquesa, vemos focas al lado de la ruta y nos convertimos en nenes de 5 años super emocionados con juguete nuevo. Paramos a un costado y nos quedamos mirando como tontos. Tenemos que esperar como media hora hasta que Jess al fin se decide a que tiene suficientes fotos (unas 300 más o menos) y podemos seguir camino.


En lo que queda de camino vemos venados, ovejas, un complejo de casas del árbol, campos, montañas y finalmente un atardecer increíble que tiñe el cielo de naranja. Sin dudas un viaje inolvidable, lleno de paisajes para el recuerdo. Y finalmente llegamos.

Lo llamo a uno de nuestros nuevos compañeros de casa y me dicen que salieron de compras pero hay una llave esperándonos en un locker con contraseña. Encontramos la casa, encontramos el locker, encontramos la llave… pero la puerta no se abre.  Llamamos a los chicos y le preguntamos si probaron la llave, pero no se acuerda. Después de que todos probemos y lleguemos a la conclusión de que la llave no funciona, buscamos un plan b.

Hay dos opciones, esperar a que vuelvan los chicos, o usar el ingenio. Vamos por la segunda. Me encuentro con que hay una ventana y está ligeramente abierta, así que la termino de abrir y me meto como puedo. Caigo adentro de una habitación casi completamente a oscuras, a tientas encuentro la puerta, un pasillo y la puerta de entrada. Abro y le doy la bienvenida a nuestro nuevo hogar a Fede y a Jess. Estamos en casa.
Home sweet home.



domingo, 10 de agosto de 2014

Destino Sur. Wellington. Picton. Nelson

La mañana del 18 de junio partimos hacia Wellington. El viaje se hace medio largo, pero recorremos unos paisajes extraordinarios. Desde una estepa llena de amarillos y rojos, a árboles amarillos anaranjados hasta colinas y praderas de un verde espectacular. El clima es una locura: sol, lluvia, sol, llovizna, nubes, sol radiante y un cielo celeste, lluvia de nuevo.

Finalmente llegamos por la autopista a la gran ciudad y por un segundo me siento en Mar del Plata. El mar a un lado y millares de edificios del otro. Ni bien bajar de la autopista nos perdimos en una red de calles curvas, avenidas, calles sin salida y autopistas por todas partes. Llegar al hostel fue toda una hazaña, pero lo logramos.

Pasamos la tarde en el museo Te Papa donde disfrutamos de 2 horas recorriendo las exposiciones, perdiéndonos en el lugar y entre nosotros.






Luego de un intento frustrado de conocer los botanic gardens de noche (era una boca de lobo), volvimos al hostel. Cenamos fideos con manteca de parados, en cinco minutos y hora de dormir. Lo bueno, dormí como un bebé.

A las 7.30 de la mañana siguiente partimos para el ferry donde nos esperaba una cola gigante de autos esperando a entrar, momento en que nos cruzamos con Tomi y el Persa, dos de los chicos del Monte.
Tremenda emoción al entrar con el auto al ferry, como niños de nuevo! El ferry es un paraíso, como uno de esos hoteles lujosos con los que uno solo sueña con conocer en la vida real. Con la negra nos dedicamos a pasear por todas partes, pasamos un buen rato arriba mirando el paisaje, paseando por todos los pisos y buscando rincones nuevos. Todo el primer rato lo paso arriba en cubierta, y ni bien bajo la primera vez con el ferry en movimiento me doy cuenta que el mar no es lo mío, se me mueve todo y me siento horriblemente mareada, así que termino pasando el 90% del viaje caminando por cubierta con el viento helado revolviéndome el pelo.

A las 12 llegamos a Picton, una ciudad chiquita pero hermosa. Compramos fish and chips y nos vamos a comer a un banquito frente al mar bajo la sombra de una palmera. Sacamos un par de fotos, caminamos por el muelle, y es hora de seguir camino.

La ruta a Nelson es un camino sinuoso de montaña donde el sol nos da de frente todo el día, Fede maneja demasiado rápido, el Sol no nos deja ver nada, a nuestra derecha un precipicio y a la izquierda la montaña. No, no fue un viaje placentero. Fueron unas dos o tres horas de curvas y contracurvas furiosas que me dejaron con unas nauseas horribles y una sensación de pánico constante. Todavía no se como seguimos vivos después de eso, pero llegamos… Nelson es hermoso.
Recorremos un poquito la ciudad antes de que se haga de noche y tengamos que volver al hostel. La ciudad es hermosa, el hostel es hermoso.

 Amanece una vez más y es hora de ir a Abel Tasman! Se nos hace tarde como siempre, así que terminamos reservando un water taxi (experiencia altamente emocionante para mi persona) para las 12 del mediodía que nos lleva hasta una playa que es el paraíso mismo.
La arena es dorada, pero dorada de verdad, el agua es transparente y al mismo tiempo de un color turquesa que deja a cualquier con la boca abierta. No hay palabras para describir semejante lugar, ni fotos para hacerle justicia.


Desde ahí emprendemos una caminata por el medio del bosque que se convierte en un camino interminable. El paisaje es monótono, solo vemos el mar de a ratos y empezamos a ponernos los tres un poquito de mal humor. Hace frío, se nos esta haciendo tarde y tememos terminar el recorrido de noche.  Nos salva un poco la aparición de una frnacesa en el camino que nos cuenta unas historias impresionantes sobre familias enteras de delfines nadando en el horizonte, kiwis de verdad vistos en la naturaleza en medio de un campo de golf, y un millar de cosas más que nos hace ver que esa chica tiene una suerte particular para los eventos de la naturaleza. Además, nos da unos cuantos tips que nos terminan siendo muy útiles para el viaje!

Como era esperado terminamos el camino casi de noche, y volvemos super cansados al hostel. Pero la experiencia valió la pena.

Estamos a solo un día de distancia de Christchurch, chau vacaciones!

lunes, 4 de agosto de 2014

Destino Sur. Mi bella Rotorua.

Llega el domingo y amanecemos temprano una vez más. Empacamos por segunda vez en menos de una semana y salimos rumbo a Rotorua. La ruta nos recibe con un tremendo olor a huevo podrido y una neblina que hace que la visibilidad en la ruta sea casi nula, por ende nos dedicamos a imaginar como se vería la ciudad en un día normal.
Nuestro primer destino es Wai-O-Tapu, un parque geotermal en las afueras de la ciudad con lagunas de colores extraños, un geiser que activan con algo similar a jabón, y mucho pero mucho olor a podrido. Lamentablemente esta todo muy lleno de vapor y neblina y la visibilidad es bajísima, pero sin embargo disfrutamos de una mañana recorriendo formaciones extrañas de la naturaleza que nunca siquiera imaginamos que podríamos llegar a ver… o que podrían llegar a existir.


La segunda parada es en el hostel Rock Solid para dejar equipaje y seguir camino. Es medio tarde así que nos dedicamos a caminar por el centro, comer en un restaurant, tomar helado y pasar un rato al lado del lago mirando a los cisnes y las gaviotas.


El lunes temprano con Jess salimos a caminar un rato mientras Fede miraba el partido de Argentina en un barcito. Paseamos por los jardines del gobierno en las afueras del museo, un edificio super pintoresco y fotogénico, y nos encontramos de casualidad con un Ginko en el que paramos a sacar un millón de fotos.


Finalizado el partido volvimos al hostel y con Fede aprovechamos para hablar con skype con toda la familia que estaba reunida en casa, una felicidad enorme de poder verlos a todos juntos y charlar un rato con la familia!
La siguiente aventura se sitúa en la aldea maorí de Whakarewarewa. Llegamos justo a tiempo para ver un show de 6 maoríes bailando y cantando canciones típicas, incluyendo obviamente el haka. Para cerrar el show nos enseñan una canción sencilla con un baile, y después nos sacamos un par de fotos.


Volvemos a la entrada de la aldea para un tour guiado por una maorí súper buena onda que nos cuenta un millón de cosas sobre la cultura maorí que me dejan con ganas de aprender más y más. Nos explican la estructura de las casas maoríes que representan a una persona inclinada con los brazos abiertos, dando la bienvenida.
Me saco mi duda existencial de porque los maoríes usan tanto el rojo, enterándome de que dicho color representa la sangre, el linaje, y también la polinesia. Nos enseñan la forma en que cocinan la comida al vapor de las lagunas y nos dan de probar choclos (debo admitir que de solo probarlo me cayó muy mal y no lo pude comer, pero según los chicos estaban muy buenos).
En el camino de vuelta a casa pasamos por el museo nuevamente para sacar unas fotos de noche, y finalmente llegamos rendidos al hostel para una noche más de sueño lejos de casa.

Finalmente el martes es nuestro último día en Rotorua, esta ciudad hermosa que tanto me tiene enamorada. Pasamos la mañana en Redwoods por recomendación de una de las chicas del hostel, unos bosques alucinantes llenos de secuoyas y árboles gigantes.
Caminamos por este bosque hermoso con el piso cubierto de pinochas rojizas y hojas naranjas de fern (planta emblema de NZ), los árboles son todos altísimos y super imponentes. En un momento veo un árbol gigante y tengo la necesidad de abrazarlo… más tarde me enteraría de que era una secuoya de 600 años!!

El camino se desvía por un bosquecito que nos deja agotados y empapados, ya que a mitad de camino nos agarra una llovizna persistente. Corridas de por medio llegamos al final del camino y el sol sale una vez más.


Aprovechando el sol hacemos una recorrida por distintos lagos, primero el Okarewarewa, donde Fede olvida las luces del auto prendidas y nos quedamos sin batería por primera vez, teniendo que recurrir a ayuda externa (gracias a Dios Fede había comprado los cables antes de salir!).

La segunda parada es en los lagos Blue y Green,como el nombre lo dice, uno de ellos es un lago verde y el otro azul. Paramos en el punto panorámico donde se pueden ver los dos lagos al mismo tiempo y esforzamos la vista un poquito hasta encontrar la diferencia, jaja. A decir verdad esta un poco nublado y no se nota tanto, pero de todas formas la vista es muy linda.

El último lago es el Tarawera, donde Jess se hace amiga de un pato solitario y pasamos un rato sacando fotos y observando el horizonte.

 Nuestra última cena en Rotorua la pasamos con un alemán que venía viajando solo de vacaciones hacía mucho tiempo y estaba cansado de vivir a sánguches, por ende se nos une en una cena de arroz con pollo y nos comparte historias sobre sus viajes que escuchamos felices de la vida. Finalmente es hora de ir a dormir, mañana partimos hacia Wellington.